martes, 10 de julio de 2018

MARTES PERSONAL

¡¡Buenas tardes  mis querid@s dreamers!


¡Perdón por el retraso 🙏🏻😰! Pero aquí estoy de nuevo! Con fuerza “mediosobrehumana” 😅😂. ¿Cómo va  vuestra semana? ¿Habéis conseguido muchos de vuestros objetivos? Espero que haya sido así, y estéis disfrutando de vuestra merecida recompensa.

Yo e ido estas semanas bastante liada. Entre el nuevo trabajo, los días en la piscina, los peques, la casa, y conseguir no dormirme en el camino ya he tenido bastante 😂😅.

Pero bueno... Dejémonos de “llorar” por nuestra falta de tiempo y me centro en las próximas entradas que voy a ir subiendo. Entre las que os hablaré:

- De la última reunión de “Clubit”.
- Mi lectura actual: “La edad de la ira” de Fernando J. Lopez (que es una recomendación de mi queridísima Inma de Biblioteca Cubit)
- Y  me quedan pendientes varias “mini-reseñas” de literatura infantil.

Aunque la entrada de hoy va a ser completamente diferente, ya que me apetece que sea más personal. Así que se titula: "MARTES PERSONAL". Y si habéis leído alguna de mis entradas anteriores, sabréis que voy a subir un escrito mío.

Se trata del segundo capítulo del libro "Las llaves del Destino" (que tengo registrados y los derechos de autoría). Espero que sí disfrutasteis el anterior, también lo hagáis con este. Le estoy cogiendo cariño a poder compartir mis escritos con vosotr@s.




Espero que disfrutéis del resto del día dreamers. ¡Y recordad! Nos seguimos leyendo.

La Profecía 


"Nunca hay viento favorable para el que no sabe hacia dónde va"
Séneca

                            
Florencia, 1591



La enigmática catedral de Florencia se erguía sobre una plaza totalmente desierta. La oscuridad consumía todo a su alrededor dadas las altas horas de la madrugada. Los motivos de la hermosa catedral eran de unos vividos colores, verdes, rosas y blancos, aunque en la profundidad de esa noche apenas podían distinguirse la multitud de dibujos y siluetas que en ella se formaban. 

En la gran puerta custodiada por las figuras de varios santos, tres formas altas ataviadas con túnicas rojas y grises formaban un pequeño triángulo. Con las cabezas agachadas bajo sus capuchas, apenas se movían, parecían camuflarse en la penumbra, esperando.

  • Está tardando demasiado... - dijo con impaciencia uno de ellos con su rostro oculto por las sombras.
  • ¿Podrías tener un poco de paciencia Sebastián? El heraldo viene desde Roma, no puede correr durante tantos kilómetros sin detenerse. Solo es un fabbro blandengue que depende de su caballo. - No podía verle la cara pero en su tono se distinguió una sonrisa.
  • ¡Muy gracioso Petrone! - contestó -. Sabes lo impaciente que soy, necesito saber la urgencia de este mensaje lineo. Esta situación es para volverse loco... ¿Es qué acaso a ti no te mata la curiosidad? -
  • ¿Sinceramente? - preguntó con retórica -. La eternidad es una buena manera de tomarte las cosas con algo de paciencia amigo mío. Y no, aunque quisiera no podría picarme nada. -
  • A veces me olvido de lo bien que te tomas estas cosas viejales... -

El aludido miró de reojo a la otra silenciosa silueta que tenía a su lado.

  • ¿Qué te ocurre Pietro? Llevas sin hablar un buen rato - dijo volviéndose hacia la figura inmóvil que tenía a su izquierda -. ¿Va todo bien? -
  • Disfruto viéndoos hablar, si es que se puede llamar así  - respondió sin ganas y sin levantar la vista del suelo -. Es realmente muy entretenido. - 
  • ¡No me vengas con estas! Siempre hacemos lo mismo - exclamó indignado Sebastián -. A mí no me engañas, a ti te preocupa algo - dijo apartándole la capucha y mirándole directamente a la cara.

Lo observo como si se estuviera viendo en un espejo. Así era como se sentía cada vez que miraba a su hermano gemelo, ya que sus facciones eran completamente iguales. Su pelo más bien largo ondulado y oscuro, sus pequeños ojos verdosos, su nariz medianamente grande y su boca con gruesos labios eran un calco de los suyos. 
  • ¿Es por Angelo, verdad? - pregunto Petrone con preocupación.

Pietro tardó en contestar, con el gesto contenido, como si no pudiera decir en voz alta lo que le atormentaba la mente.

  • ¡No lo sé, no podría decirlo! Llevo presintiendo "algo". - Hubo un tartamudeo en su voz - Y..., y ese "algo" no me gusta. - 
  • ¿Y por qué no me has dicho nada? - medio grito Sebastián agarrándolo por los hombros -. ¡Eso es importante! -
  • Porque no quería preocuparos, puede que sea por los nervios, todos andamos un poquito tensos estos di... -

No le dio tiempo a terminar la frase con la que llevaba intentando engañarse durante todo el día. El golpeteo de los cascos de un caballo contra los adoquines de la plaza llego desde lejos. 

El equino de color gris se dirigía a toda velocidad hacia la gran puerta de la catedral, parecía una estela plateada flanqueando la plaza. 

La figura que lo montaba vestía una túnica del mismo color que las suyas. Se detuvo justo delante de ellos y bajó con un grácil salto. 

Se retiro la capucha dejando ver a un hombre de mediana edad, la cabellera era oscura pero se advertían algunos trazos de canas grises, los luminosos ojos dejaron su luz convirtiéndose en negro azabache. Después se enfocaron en ellos, mirándolos fijamente.

Los tres lo encararon mientras comenzaba a hablar.

  • Mi nombre es Ecio Ticasseni, soy el heraldo de la Orden. ¿Sois Sebastián y Pietro Meneghetti? - preguntó en tono seco.
  • Sí, somos nosotros - respondió Sebastián de la misma manera, sacando de la manga de su túnica un sello con la forma de un gallo rojo representativo de la Orden.
  • ¿Y quién es él? - dijo alzando la barbilla hacia Petrone -. No se me permite hablar delante de "personas non-gratas" - recalcó la palabra "personas" mientras lo miraba por encima del hombro.
  • ¿Non-gratas? ¡Vaya! Me habían llamado de todo, ¿pero non-grata? ¿Qué significa eso? Yo me creía bastante atracti... -
  • Creo que es porque se ha dado cuenta de que eres un vampiro... - murmuro Sebastián con la mano derecha pegada en la boca.

Petrone se quitó la capucha, dejando ver su pelo castaño que parecía dorado incluso en la oscuridad. Tenía un atractivo rostro, sus rasgos podían semejarse a cualquier escultura que se hubiera tallado en una piedra. Aunque lo que más inquietaba de él eran sus ojos de color almíbar, que destacaban sobre la piel tan blanca y fría como la nieve. 

Sonrió teatralmente cuando el hombre se estremeció al ver las puntas de sus colmillos.

  • Significa que mi padre está en una misión muy importante para la Orden, como ya sabrá... - Intervino Pietro enfadado -. Y Petrone es parte de nuestra familia, ha ayudado a los fabbro en más de alguna ocasión. Así que todo lo que se escuche ahora quedará aquí. Al igual que él,  ¿capichi heraldo? - finalizó molesto.

Ecio Ticasseni asintió, no pareció querer discutirlo. La expresión de su cara denotaba que la Orden le hubiera avisado de que podía enfrentarse a una situación así cuando se encontrara con los gemelos.

  • Debéis venir conmigo, reclaman vuestra presencia y la de vuestra madre en Roma. -

Los tres le miraron incrédulos. 

Ellos esperaban una noticia urgente, algo que les diera la esperanza de que todo marchaba correctamente en referencia a Angelo. Y sin embargo por alguna razón estaban reclamándolos en Roma ante la Orden. 

Sin duda alguna, algo iba mal.

  • ¿Qué es lo que nos estás escondiendo heraldo? - le contestó bruscamente de nuevo el muchacho enfadado. Sus ojos comenzando a iluminarse tenuemente -. No vamos a ir a Roma hasta que no nos digas lo que está ocurriendo. -

Ecio que hasta ese momento se había mantenido inexpresivo cumpliendo su cometido, cambio la cara hasta convertirla en una triste mueca.

  • Anoche hubo otra profecía... - dijo dejando las palabras en el aire -. El desmon mayor Filipo Meneghetti ha desaparecido.-

Se quedaron totalmente paralizados, como si los hubieran clavado en aquella gran puerta. Después de todo lo que estaba ocurriendo en su Mundo, aquella era la última señal que indicaba la inminente catástrofe.

  • ¡¿Y qué es lo que ha dicho?! ¡¿Dónde demonios está Filipo?! - preguntó con urgencia Sebastián a voz en grito.

La expresión del heraldo no consiguió mantenerse serena, parecía querer tirar esa aparente paciencia a la mierda para poder desenmascararse. 

Bajo la mirada a los adoquines grises de la plaza. Tenía los puños fuertemente cerrados, agarraban tan fuerte las sogas del caballo que se le marcaban los nudillos de color blanco.

  • "Tres serán los buscadores de la llave. Su sangre contiene un secreto marcado por una estrella, y junto a ellos dos fabbros señalados por la desdicha del destino de la sangre que corre por sus venas. Solos o acompañados son y serán los encargados de enfrentarse al horror, la oscuridad y la muerte"- Hizo una pausa respirando nervioso -. De Filipo no se sabe absolutamente nada. Lo siento... -

Sebastián se giró hacia atrás agarrándose fuertemente la nuca con ambas manos, dio un grito de dolor ensordecedor que rompió la quietud de la noche. Pietro se derrumbó sobre los adoquines de piedra y escondió la cabeza entre los brazos sollozando. Petrone apretó la mandíbula, con ambos brazos rígidos en sus costados, manteniéndose tan quieto como una estatua. 

Los tres habían comprendido a la perfección al escuchar la profecía, lo que había ocurrido la noche anterior, antes de que se pronunciase. 

Angelo, por supuesto, había conseguido su cometido. Había escondido las llaves en algún lugar seguro, pero al conseguirlo, se había llevado consigo el secreto de aquellos lugares a su propia tumba.

Transcurrieron unos segundos que parecieron eternos, consumidos por el silencio de aquella solitaria plaza. 

De repente los tres se miraron como si se hubieran llamado los unos a los otros sin emitir ningún tipo de sonido. Con el horror escrito en la cara.

  • Rafaela... - susurró Petrone.
  • ¡No! ¡No llegaremos a tiempo! - dijo Pietro apretando los dientes -. No con nuestros caballos... - 
  • Nosotros quizás no... - continuó Sebastián.
  • Pero yo sí... - Finalizó el vampiro comenzando a correr tan rápido como le dieron sus piernas. En lo que duro un parpadeo, no había ni rastro de él en la plaza.

Los gemelos tras verle desaparecer, ya estaban corriendo de camino hacia sus caballos escondidos tras la catedral, mientras agarraban fuertemente un objeto entre sus manos. 

Ecio que se había quedado totalmente callado observando la escena, les grito desesperado por detrás.

  • ¡¡Debéis acompañarme a Roma!! ¡¡Es el cometido de la Orden!! -
  • ¡¡Roma puede esperar!! - le contestó chillando Pietro sin volverse mientras corría hacia la penumbra.
  • ¡¡Nuestra madre está en peligro!! - exclamó girándose Sebastián sus ojos encendidos como antorchas.


Hubo un momento donde la plaza se ilumino incandescentemente y después ya no pudo ver a ninguno de los muchachos, consumidos ahora por la oscuridad

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